jueves, 12 de enero de 2017

BIOINDICADORES

Bandada de ánsares comunes sobrevolando las lagunas de El Oso. Foto: PEPE RODRÍGUEZ

Luis José Martín García-Sancho

Ojalá se equivoquen.
Varios científicos hablan del efecto invernadero, del calentamiento global debido a las emisiones de gases derivados del carbono. Se anuncian catástrofes cada vez más frecuentes, provocadas por cambios climáticos extremos, que producirán huracanes, tifones, inundaciones, sequías, disminución de acuíferos, deshielos, desaparición de zonas costeras engullidas por los mares.
Hace poco se ha celebrado la cumbre del clima en Paris. Lo de siempre, buenas intenciones pero pocos compromisos serios por parte de los grandes países contaminadores. Dicen que el objetivo es que no suba más de dos grados la temperatura media del planeta a finales del presente siglo con respecto a la época preindustrial para ello se deben reducir drásticamente las emisiones de carbono a la atmosfera. Bla, bla, bla... política al más alto nivel pero política rancia al fin y al cabo.
Algunos animales y plantas nos lo están diciendo, ¿no me creen? Los llamamos bioindicadores porque son seres vivos que, a través de su conducta, nos dicen que algo está cambiando en su entorno, en el clima. Hace muy poco he leído un artículo en la revista Quercus sobre las migraciones de los gansos, escrito por Mariano Rodríguez Alonso, director de la reserva de las lagunas de Villafáfila, Jesús Palacios Alberti, jefe de la sección de espacios naturales y especies protegidas de Zamora, y mi amigo Enrique Gómez Crespo, técnico de la sección de espacios naturales de Palencia y coordinador de los censos de aves acuáticas de esta provincia. En dicho artículo se preguntan si debido al cambio climático pueden llegar a desaparecer los gansos como invernantes en el centro de España. Relatan el caso ya conocido del ánsar campestre (Anser fabalis): Esta especie de ganso era la más abundante a principios del siglo XX en la mitad norte de la península según los estudios del profesor Francisco Bernis, pionero de la ornitología moderna. Pero a partir de mediados de siglo empieza un lento declive hasta que su presencia quedó reducida únicamente a las lagunas de Villafáfila primero y al cercano embalse de Ricobayo después. Y en este último enclave se documenta su espectacular declive: A principios de los ochenta invernaban allí unos 4.000 ánsares campestres, en 1990 se censaron tan sólo 134 individuos y a partir del año 2003 desapareció. Desde entonces sólo se han visto ejemplares aislados entre grandes bandos de ánsares comunes, concretamente en las lagunas de El Oso en 2014. Igualmente se observó que, paralela a la disminución de la población, el periodo de invernada del campestre disminuía en la mitad sur del continente europeo, cada vez llegaban más tarde y se marchaban antes. En cambio, en la mitad norte de Europa su población aumentaba.
Arriba: ánsar campestre (Anser fabalis) Foto: LECURU
La principal diferencia con el ánsar común (abajo) está en el pico más oscuro en el campestre.
Ánsar común o ganso común (Anser Anser) Foto: PEPE RODRÍGUEZ

Mientras el campestre desaparecía, la población del ánsar común (Anser anser) en Castilla y León se incrementaba de forma espectacular. Hasta los años setenta era prácticamente una especie de paso hacia Doñana. Pero a partir de los ochenta la población invernante de ganso común empieza a crecer hasta alcanzar la cifra de 39.296 individuos censados en las Lagunas de Villafáfila en el año 1999. Igualmente en este periodo en nuestra comarca, debido seguramente a la recuperación de las lagunas de El Oso, la población invernante pasa de tener unos pocos centenares a los 2.000-2.500 gansos comunes censados durante los primeros años del presente siglo. La población invernante en Castilla y León alcanzó su máximo en enero de 2006 con 66.171 ánsares comunes.
A partir de este año comienza un progresivo declive poblacional y una reducción del periodo de estancia en España, llegan más tarde y se marchan antes, exactamente la misma tendencia y comportamiento descrita en su primo el ánsar campestre años atrás. Por el contrario, la población de ganso común en el norte de Europa ha aumentado de forma espectacular.
Este declive poblacional también se ha notado en las lagunas de El Oso, documentado gracias a los censos periódicos realizados por mi, también amigo, José María García Jiménez donde se observan cifras máximas de invernada de 982 individuos en enero de 2014, 861 en febrero de 2015 y 689 en diciembre de 2015, como se ve, en disminución y nada que ver con los dos millares largos censados entre 2002 y 2006.
Esta tendencia puede ser debida al cambio climático: su merma poblacional en las zonas de invernada no se debe a un descenso real de la población sino que un número cada vez mayor de gansos o no migran o realizan viajes migratorios más cortos. Por ejemplo, en los ochenta Holanda tenía una población casi testimonial de ánsares comunes invernantes, mientras que en la actualidad cuenta con más de 400.000.
Según los expertos citados anteriormente, de mantenerse la actual tendencia, podría suponer la desaparición del ánsar común como invernante en España en pocos años. Las aves migratorias nos hablan a su manera, nos dicen que el clima está cambiando, que las temperaturas medias están subiendo, que el frío invierno nórdico ya no lo es tanto y que prefieren quedarse más cerca de sus lugares de cría para gastar menos energías.
Pero la especie humana no escucha lo que nos dicen y no hace nada para remediar este calentamiento global anunciado por las aves. Los pasos que damos son demasiado pequeños para solucionar el problema. Y cuando alguien propone dar un paso adelante para cortar este efecto, una multitud ya ha dado varios atrás. Y el pretendido avance en frenar el efecto del calentamiento global, no es más que un nuevo retroceso.
Ojalá me equivoque y no sea más que un loco que habla con las aves.

En Arévalo, a 30 de diciembre de 2015
Luis José Martín García-Sancho.
Publicado en el número 80 de La Llanura de Arévalo, en enero de 2016.

Bandada de ánsar común en su típica formación de vuelo. Foto: PEPE RODRÍGUEZ

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