sábado, 17 de octubre de 2015

ESMEREJÓN



Ya es tarde para todo, o pronto, depende. El otoño avanza. Para muchos es el fin del buen tiempo, la caída de las hojas, acaba un ciclo anual, la vida parece detenerse. Para otros es el momento del cambio, el inicio del reposo necesario para que la vida continúe, cuando todo empieza nuevamente.

La mañana es gris, típica de este tiempo. Un leve viento agita las nubes, las alarga, las extiende, hasta que cubre toda la cúpula celeste, tamizando la luz de un sol invisible. A pesar de ello la temperatura es agradable, le gusta sentir el aire fresco en la cara. El color del rastrojo se impone, aunque el arado del campesino ya ha comenzado a roturar el terreno y la tierra clara y húmeda se alterna a modo de mosaico. Alguna parcela comienza a reverdecer tras la siembra tempranera que ha aprovechado las últimas lluvias. El silencio es casi total. Se podría decir que se escucha brotar al cereal, romper la semilla, asomar por la tierra fina y removida. Solo alguna cogujada rompe la sinfonía muda del renacimiento del verde al cantar un instante en vuelo mientras cambia de ubicación.

El camino rompe la inmensa llanura en dos mitades. Avanza con su coche, lento, perezoso, mientras otea la lejanía. Se detiene. Desciende. Mira con los prismáticos. Comienza a barrer la llanura describiendo un círculo. Dos milanos reales volando, un grajo posado en un tendido, una bandada de avefrías… Unos disparos sordos indican la presencia de cazadores. Se sienta nuevamente, abre su vieja libreta, extrae del gusanillo un lapicero desgastado y anota lo que ha visto.
Milano Real. Foto de David Martín Fernández
Continúa. Toma el camino de la izquierda, se acerca a un pinar isla. Lo recorre andando. Agudos pitidos le conducen hasta unos reyezuelos sencillos que se alimentan buscando frenéticamente en grietas de ramas y piñas, también hay alguno listado. Un agateador trepa en círculos. Unos pinos más allá un nutrido grupo de carboneros garrapinos, algún herrerillo capuchino, varios carboneros comunes, mitos de larga cola y, al menos, un herrerillo común. Todos buscan alimento, incluso cabeza abajo, emitiendo agudos e insistentes reclamos para avisarse unos a otros de su situación. En el suelo, pinzones vulgares, totovías, verdecillos, jilgueros, un par de picogordos y un verderón, intentan encontrar las semillas de las gramíneas que en verano han cubierto el pinar.

Al acercarse al borde, una nutrida bandada de gorriones molineros alza el vuelo. Los sigue con la vista. Se posan en un campo de girasol que aún no ha sido cosechado. Bordea el pinar. Muy lejos ve a cuatro cazadores que, escopeta en mano, barren un barbecho. Tres perros les preceden. De la rama más baja del último pino, un grueso y viejo resinero, salen volando trece perdices con gran alboroto por el rápido batir de alas. Sonríe, los cazadores las están buscando en dirección contraria.
Carbonero Garrapinos, Foto de David Pascual Carpizo.
Vuelve al coche, anota nuevamente. Toma el camino que más se acerca al girasol. De una retama de la cuneta sale una pequeña bandada de pardillos, se posan por delante del coche hasta que se acerca, entonces, vuelven a volar para alejarse unos metros. Repiten la misma operación cuatro veces hasta que se alejan definitivamente del camino. Para el coche, monta el telescopio y se acerca a una de las esquinas de la parcela de girasol. Intenta buscar la claridad del sol para colocarla a su espalda y observar con luz favorable, sin contraluces. Al acercarse levanta una enorme bandada de bisbita común que se alimentaba en un rastrojo contiguo. Coloca el trípode sobre unas alpacas. Una nube negra de pajarillos se mueve al unísono sobre el girasol, describe varios círculos en el aire como si sus movimientos estuviesen sincronizados y, finalmente, se vuelve a posar.

Comienza a barrer la parcela con el telescopio, muy despacio. Pronto comienza a distinguir especies diferentes alimentándose de las pipas. Ahí están los molineros que volaron desde el pinar, trigueros, escribanos montesinos, verderones, pardillos, verdecillos, gorriones chillones…Vuelve nuevamente a mirar a uno de los verdecillos… no, no, es un lúgano con plumaje de invierno y hay alguno más. Continúa el lento barrido, un nutrido grupo de jilgueros, pinzones vulgares… vuelve a mirar a uno de los pinzones, no, este es pinzón real. Intenta buscar alguno más pero en ese momento se levantan todos nuevamente. Algo les inquieta.
Gorrión Molinero. Foto de David Martín Fernández
Mira con los prismáticos hacia el final de la parcela. Una silueta oscura se posa en el terrón de un barbecho. Lo enfoca con el telescopio. Una mueca de sonrisa asoma en su rostro, es un esmerejón. Dorso gris oscuro algo azulado, vientre rojizo muy moteado, pequeña bigotera negra entre la base del pico y el ojo, es un macho y, por lo agitados que están los pájaros del girasol, la rapaz diurna más pequeña de Europa está de caza. Viene del norte del viejo continente siguiendo a las grandes bandadas de pájaros que pasarán el invierno en la Tierra de Arévalo.

Se recrea un buen rato observando a tan esquiva rapaz. De pronto echa a volar. Se dirige hacia el girasol en línea recta, casi a ras de suelo. Cada vez toma mayor velocidad. De repente comienza a trazar raudos y ágiles zigzags. Todos los pájaros del girasol se levantan al unísono. Nuevamente la turba ocupa el espacio girando, volteando, cambiando de forma. Ahora el esmerejón vuela por uno de los laterales del girasol hasta que, con un quiebro, se levanta hacia la nube negra con las garras por delante, captura a uno de los pájaros y regresa a su posadero. La presa parece un verderón. 
Macho de esmerejón. Imagen de Juan Varela

Una amplia sonrisa ilumina su rostro. Es consciente de que ha observado uno de los mayores espectáculos de la naturaleza, la lucha por la supervivencia, una pelea de tú a tú, sin más herramientas que las de la astucia y la agilidad.

La vida en otoño en la Tierra de Arévalo continua, sin duda.

En Arévalo, otoño de 2014.

Luis José Martín García-Sancho.
Artículo publicado en el nº  66 de la Llanura de Arévalo en noviembre de 2014

viernes, 9 de octubre de 2015

SOBRE LA ESTUPIDEZ HUMANA

Foto Luis J. Martín.

A Jean le dijeron que había un móvil de última generación dentro del tronco de un árbol y no dudó ni un momento en acabar con el árbol para conseguirlo.
En cambio, luego le dijeron que para plantar un árbol debería estar un solo día sin móvil y dijo que el árbol lo plantara otro que él no era estúpido.
Arévalo, 9 de octubre de 2015
Luis José Martín García-Sancho

jueves, 8 de octubre de 2015

DÓNDE ESTÁ EL AGUA



Río Arevalillo. Luis J. Martín

Dónde está el agua
que se llevó la hoja del chopo
aquel otoño tan rojo,
verde, bronce y  amarillo.

Dónde está el río
testigo de nuestros besos
que en su ribera nos dimos
debajo de aquellas ramas
y alegre corrió a contarlo
a la piedra, al sauce, al mirlo.

Dónde está el olmo
que utilizamos de libro
y en su corteza escribimos
dos nombres sin apellidos.

Dónde buscamos ahora
memoria de aquellos días
que fueron para nosotros
manantial de nuestras vidas.

Ahora ya no queda agua
y, por tanto, ¡ya no hay río!
el gran olmo se ha secado
y ha desaparecido,
si ha acabado en una lumbre
habrá dado buen fuego
pues de amor era encendido.

Pero si el agua se pierde,
el río ya no es tal río
y el olmo no vive ya,
sólo nos queda el recuerdo
para poderlo contar
y decir a nuestros hijos
que por allí el agua corría
que le daba cauce a un río
y a un olmo colosal.
Y que olmo, río y agua
fueron vida, son y serán.

Arévalo, a quince de septiembre de 2015

Luis José Martín García-Sancho.

Río Arevalillo. Luis J. Martín

Olmo. Luis J. Martín